Un joven producto de una sociedad en guerra y oligárquica se verá envuelto en más problemas de los que él jamás habría imaginado. harto de todo decide rebelarse y ajeno a todo lo que le rodea descubre algo que nunca debería haber sabido nadie. Solamente ver unas imágenes durante unos minutos cambiará el resto de su vida para siempre. Junto su a fiel amigo Rass se enfrentarán a la más cruel de las torturas:

Su destino.



domingo, 10 de abril de 2011

Capitulo 2 (Segunda parte)

¡Hola! Siento haber tadado tanto con esta última entrega, pero tampoco es para tanto, sólo ha pasado una semana y pico. Bueno, este capítulo ha sufrido un ligero cambio de planes. En la primera parte dije que este capítulo iba a constar de tres partes, eso ya no es así. He decidido hacer cuatro, si no esta misma parte se haría muy larga, y mucha gente me ha dicho que no haga excesivamente largos los trozos porque se hace muy pesado. Así que lo dicho, la tercera parte estará pronto, muy pronto. !Prometido! Que lo disfrutéis =)




Mientras los sonidos procedentes de la radio se perdían por la habitación, yo leía tranquilamente el periódico. Lo había comprado de camino a casa: había bajado a comprar el desayuno a la panadería de enfrente de mi casa (una enorme palmera de chocolate para Rass y un delicioso cruasán, aún caliente, para mí). Pasaba las hojas mientras ojeaba los titulares hasta que di con uno que me llamo la atención.

"FUERZAS REBELDES CEDEN TERRENO Y EL GOBIERNO ASEGURA QUE LA GUERRA ESTÁ LLEGANDO A SU FIN"

Interesante, ¿cómo podían ceder terreno los rebeldes y que uno hubiera llegado a la sede? Era cuanto menos contradictorio. Apostaría una mano que ponían esos titulares inventados por influencia del gobierno. Teóricamente para tranquilizar a la población: no es bueno tener un proletariado nervioso y desconfiado. Levanté la vista de mi lectura para mirar el reloj de pared colgado en la cocina: las nueve y cuarto, ya era hora de ir despertando a Rass.

Me levanté de la silla y salí de la cocina al pasillo. Abrí delicadamente la puerta de la habitación de Rass. La luz del sol se filtraba por entre las rendijas de la persiana, lo que me daba una mínima visibilidad. Cogí un cojín cualquiera del suelo, que previamente Rass había tirado al suelo la noche anterior, y me puse a los pies de la cama. Sin poder resistirme un segundo más empecé a dar a Rass con el cojín por todos lados. Él, aturdido, empezó a dar vueltas en la cama sin entender qué pasaba. Cuando por fin me escuchó riéndome, se armó con la almohada y contraatacó con golpes sobre mi cabeza.

– ¡Vale, vale! ¡Empate, empate! – Dije entre carcajadas.

Tanto Rass como yo paramos de darnos golpes. Rass se incorporó y se sentó en el borde de la cama, llevaba unos pantalones cortos de pijama y el torso desnudo.

– No sé para qué me compro despertador si te tengo a ti... – Dijo Rass levantándose de la cama y metiéndose en el baño de su habitación.
– Todo sea por la amistad – Le dije mientras cogía todos los cojines y los ponía encima de la cama – Bueno date vida que hoy tenemos muchas cosas que hacer.
– ¡Uy, sí!, ¿qué hora es?, no serán ni las diez tío. ¿Tú qué pasa que por las noches te conviertes en batman y tienes que salvar el planeta Tierra y por eso no duermes?
– Tu humor es tan desolador... – Dije sarcásticamente – No, pero últimamente no consigo dormir mucho, ya me conoces. – Me senté en la cama mirando cómo Rass se mojaba la cara con agua en la pila.
– Ve al médico. No creo que sea bueno que duermas tan poco.
– Y yo no creo que sea bueno que fumes y aquí estamos. – Comenté por lo bajo.
– ¿Me lo vas a estar recordando siempre que puedas? – Dijo un Rass abatido.
– Sí, siempre que pueda. Bueno, venga, ponte una camiseta y ven a desayunar. – Ordené saliendo de la habitación.

Pasé por mi cuarto y cerré las ventanas, las había dejado abiertas para ventilar el aire un poco. Ya empezaba a haber gente por la calle. Muchas personas aprovechaban la buena mañana para darse un largo paseo con su perro al lado; otras, sin embargo, preferían estar tranquilamente en la cama hasta bien pasado el medio día (una opción un tanto estúpida en mi opinión). Hice la cama tranquilamente y ordené un poco las cosas de la mesa. Cuando volví a la cocina Rass ya estaba con un café bien caliente en una mano y una enorme mitad de la palmera de chocolate que yo había comprado en la otra.

– Gracias por la palmera – me dijo Rass mientras engullía ésta misma.
– De nada hombre, por cierto, ¿a qué hora has quedado con Lily?
– Pues a las once le he dicho que venga aquí.
– No está mal, opto por que salgamos de aquí a una o así... para coger sitio y tal. Eso se va a llenar de gente y no quiero estar atrás.
– Me parece bien, cuanto más cerca, más se nos oirá. ¿Qué hacemos aquí hasta que nos vayamos? – Preguntó Rass bebiendo un poco de su taza.
– Pues no sé, yo me iré a dar una vuelta para no molestar. No quiero ser sujetavelas una vez más. – Dije sentándome en un taburete y apoyándome en la encimera de la isla.
– No eres sujetavelas, y lo sabes. Además entre Lily y yo no hay nada. – Explicó Rass sonroándose un poco.
– Ya, claro, lo que tu digas, Rass. De todas maneras me voy a ir, necesito estirar un poco las piernas y darme un largo paseo.
– Tú verás...
– En fin, me voy a dar una ducha... cuando termines recógelo todo, anda.– Le dije mientras me ponía de pie.
– Valeee. – Dijo Rass con un enorme trozo de palmera en la boca.

Salí de la cocina y me metí en mi habitación. Abrí el armario y comtemplé su interior, la verdad es que no tenía mucho donde elegir. Mi vestuario se basaba en unos pocos pantalones vaqueros y alguno corto, unas pocas camisetas, dos sudaderas para las mañanas y un abrigo para el invierno. Me parecía una estupidez gastar dinero en tener cuatro armarios llenos de ropa, prefería gastármelo en otras cosas. Cogí unos pantalones vaqueros oscuros y una camiseta de color blanco, ropa interior y unos calcetines cortos.

Cuando me encerré en el baño me quité los pantalones y la camiseta, me miré al espejo y me observé. Un chico de diecisiete años me devolvió la mirada. Me gustaba mi cuerpo, atlético, puro musculo. Supongo que tanta gimnasia durante toda mi vida está dando sus resultados ahora. La verdad es que aparentaba bastante más que los años que tenía realmente. Tenía que afeitarme todas las semanas al menos una vez, mi envergadura era considerablemente grande, pero no demasiado. Espalda ancha y también era bastante alto, alrededor del metro con ochenta y siete. Pero, curiosamente, siendo tan grande era extremadamente ágil. En clase de combate en el INDES siempre quedaba el primero o el segundo, sólo me ganaba ocasionalmente Rass. Era algo a lo que éramos aficionados tanto él como yo, no éramos unos expertos ni mucho menos, pero no se nos daba mal pelear. Me desvestí del todo y me metí en la ducha.

Cuando terminé de lavarme empecé a poner progresivamente agua helada, hasta que la manilla del grifo no giraba más a la izquierda. El agua helada chocaba contra mi cabeza y la congelaba. Todo mi cuerpo se endurecía poco a poco. Las sienes me latían con fuerza. Diez segundos. Pensé en lo que iba a hacer después: un largo paseo por el bosque, probablemente me tumbaría en cualquier rama o roca y me echaría una siesta. Veinte segundos. Después cogeríamos el tren e iríamos a la plaza de los patriotas. Veinticinco segundos. Dios, no podía respirar, mis pulmones funcionaban a tirones, rápidas cogidas de aire por la boca, no podía más. Treinta segundos. ¿Cómo serían los instantes antes de que dispararan al chico? No sé si sabría soportarlo. Treinta y cinco segundos. No podía soportarlo más. Apagué el grifo corriendo y me apoyé en la pared con las dos manos, cogí aire y lo mantuve cinco segundos, después lo eché. Repetí esta operación diez veces y mis pulmones ya funcionaban con naturalidad. Ese truco me lo habían enseñado en Defensa Personal, un sencillo ejercicio con el que recuperabas una respiración tranquila muchísimo más rápido que haciéndolo repetida y rápidamente como un obseso.

Cuando me vestí, fui a mi habitación y cogí mi cuaderno de dibujo, mi estuche, mi MP5 y lo metí todo en una mochila. Fui a la habitación de Rass pare decirle que me iba, pero éste no estaba en ella. Después me dirigí a la cocina, tampoco estaba ahí. Como último intento fui a la sala de juegos, di con él sentado enfrente de su primer ordenador. No sabía exactamente qué estaba haciendo, pero el solo hecho de mirar la pantalla daba dolor de cabeza. Números y mas números en ella.

– No sé cómo entiendes todo eso, macho. – Dije apoyándome en el respaldo de su asiento e inclinándome hacia delante.
– Práctica, supongo. ¿Ya te vas? – preguntó mientras se daba la vuelta.
– Sí, he venido a decírtelo, sobre las doce estoy aquí, un poco más tarde.
– Sigo diciendo que no tienes por qué irte...
– Ya te he dicho que me voy porque necesito un paseo. Dibujaré un poco y me echaré una siesta. Hace mucho que no lo hago. Además tú mismo me has dicho que tengo que dormir más.
– Sí, pero no en un bosque. – Dijo Rass a la defensiva.
– Bueno me da igual, ¡me voy! – Me despedí dándome la vuelta y dirigiéndome a la salida.
– Hasta luego, anda...

Cuando salí de la casa empecé a bajar por las escaleras con la mochila al hombro. Cuando pasé el portal me paré en medio de la calle y respiré fuertemente. Tenía la sensación de tener energías suficientes para darme la vuelta al mundo corriendo. Me coloqué la mochila en los dos hombros y puse las correas al tope. Encendí el MP5 y me puse una canción al azar. Di la vuelta a mi edificio y cuando la batería empezó a marcar un rápido ritmo en la canción, empezé a correr con todas mis fuerzas por el campo en dirección al bosque.